Muchas cosas buenas pueden surgir de un frasco chico, aunque la finalidad del contenido no sea buena. Un veneno, por ejemplo. O un delicioso perfume, que tal vez resulte fatal si es ingerido.  Todo es cuestión de leer atentamente las etiquetas ¿Y qué pasa cuando se pierden las etiquetas? ¿Qué hubiera sido de la pobre Alicia sin saber qué hacer con los frasquitos que fue encontrando a lo largo de sus aventuras?

Algunos frascos están destinados entonces a ser condenados por su tamaño. Más aún si se desconoce su contenido.

Algo así se me ocurre que pasa con las obras artísticas/plásticas de pequeño formato.

Se puede pensar que es poco lo que tiene que ofrecer una obra de tamaño reducido, pero las posibilidades que brinda un formato acotado pueden ser infinitas. Es cuestión de romper el prejuicio y pensar en el potencial del mismo. Sin etiquetas. Sólo hay que abrirse a la experiencia y no pensar en el contenido en función del pequeño envase que lo contiene.

Romper el frasco de manera imaginaria y recorrer la inmensidad de la obra de punta a punta. Un viaje que dura fracciones de segundo pero que permite ser repetido las veces que uno quiera. Y saltar con facilidad a la siguiente obra y comenzar un nuevo recorrido.

Sin grandes movimientos. Sin mucho esfuerzo. Lentamente y sin apresurarse, como si estuviéramos dentro de un frasco chico.

¿Y en este caso el contenido es bueno? Eso depende de ustedes.

Bienvenidos al frasco, digo, a la muestra.

E.M.B.

22-05-2014